“PASTOR, USTED ME CASARÁ”
“Instruye al niño en su camino, y ni aun de viejo se apartará de él" (Proverbios 22:6).
En el Colegio Adventista de Sagunto teníamos una hermosa tradición. Cada final de curso celebrábamos una ceremonia bautismal al aire libre en el baptisterio exterior excavado en la roca, entre pinos y algarrobos, rodeados de la aromática flora mediterránea: tomillo, romero y lavanda. En ese importante evento del programa de clausura, varios alumnos hacían su pacto solemne con el Señor.
Aquel fin de curso de 1983, el grupo era numeroso. Cristinita, una jovencita de once años, fue una de ellas. Era la hija de unos empleados del colegio y me había pedido insistentemente que yo la bautizara. Era una niña alegre, espontánea, vivaz, inteligente y piadosa. Al salir de las aguas bautismales, con su túnica completamente mojada y sus cabellos negros cayendo sobre su espalda, Cristinita emocionada por lo que acababa de hacer, me miró con una carita de inocencia que expresaba una inmensa felicidad, y dibujando una sonrisa, me dijo con cierta candidez no carente de firmeza: “Pastor, usted me casará”.
Transcurrieron dieciséis años y Cristinita se hizo una mujer. Había terminado los estudios universitarios y ejercía como maestra en una escuela pública de la ciudad. En la iglesia local era una miembro activa y responsable. Allí conoció a Gerson, un joven adventista de la Iglesia de Barcelona, con el que inició un noviazgo que les llevó al compromiso matrimonial. Una mañana de enero de 1999, el teléfono sonó en mi despacho de Berna (Suiza) y una voz femenina me dijo en español: “Pastor, soy Cristina, me caso”. Y la casé, en el mismo lugar donde había sellado un pacto de fidelidad con el Señor; allí, sus familiares, amigos, hermanos y el pastor que la bautizó, fuimos testigos de sus votos de amor y de su sagrado compromiso matrimonial delante de Dios, el Dios de su niñez y juventud.
El versículo de hoy es una orden divina acompañada de una animadora promesa. La educación cristiana en el hogar, la iglesia y la escuela durante los primeros años de la vida deja huellas imborrables en el alma de nuestros niños y jóvenes. Una bendición especial del Señor acompaña y prospera la obra redentora que realizan padres y educadores y, aunque el tiempo pase, la rueda de la vida dé muchas vueltas y las circunstancias personales cambien, “los hábitos correctos, virtuosos y viriles, formados en la juventud, se convertirán en parte del carácter y, por regla general, señalarán el curso del individuo por toda la vida” (Conducción del niño, p. 181).
¿Has sembrado la semilla del evangelio en un niño? Tarde o temprano dará un agradable fruto.